El viaje interior
Cuando escribo saco algo incomprensible fuera de mí.
El darle forma me ayuda a entenderlo quizá;
o al menos verlo ahí fuera, existiendo más allá de mí mismo,
me ayuda a tenerle menos miedo.
Ismael Álvarez Benítez.
Todos estamos de acuerdo en que una de las cosas que más enriquece al ser humano es viajar. Es la mejor forma de aprender cómo funcionan otras culturas, de ver que los otros pueden pensar de distinta manera a la nuestra, que las costumbres son solo un paradigma creado en función del entorno en el que crecemos (en este discurso no entran los turistas que van moviéndose por el mundo de un lugar artificialmente occidentalizado a otro).
Hasta ahora todos estamos de acuerdo, pero lo que voy a decir es más polémico: el hombre puede enriquecerse de la misma manera haciendo viajes interiores. Solo con oír esta frase ya se alzarán muchas voces discrepantes diciendo que es intolerable el uso de sustancias psicoactivas como herramienta de crecimiento personal. Pero, ¿es acaso esta la única forma de hacer un viaje interior? ¿No viajamos por el interior de nuestra mente cuando creamos? ¿No es una autoexploración pintar, escribir o componer?


Dice Alan Moore que el escritor no es más que la adaptación del chamán a nuestra época. No es fácil admitirlo desde nuestra óptica científica-racional, pero es bien cierto que es el encargado de contar y transmitir, de mutar y adaptar a nuestros tiempos el imaginario que se transmite de generación en generación. Es el escritor —me gustaría ampliarlo a todos los artistas— el que perpetua los arquetipos Junguianos. Para hacerlo solo tiene que revisar su interior: viajar hasta sus entrañas y desenterrar una historia que traerá consigo a la superficie.
Pero, ¿cómo debe hacerse ese viaje? Eso solo puede saberlo uno. Cada uno tiene que desarrollar sus propios métodos para viajar por sus paisajes para permitirse ser, para leerse a sí mismo antes de comenzar a contar algo a los otros. No hay una fórmula, aunque sí os puedo decir que quizá la menos adecuada es recurrir a las drogas, aunque hayan sido defendidas ampliamente por muchos autores. Desde el escribe borracho y corrige sereno de Hemingway a la apología de las drogas, la violencia y el exceso de Hunter S. Thompson. Incluso David Lynch dice que necesita tomar la ingente cantidad de azúcar que le proporciona el batido de vainilla y las tortitas con sirope que toma como ritual al empezar cualquier obra.
Cualquier tipo de arte es ya un acto de introspección. Todo artista, todo creador, lo sepa o no, siente la necesidad de contar algo que está dentro de sí mismo. Viajar hacia el interior de uno mismo es eso, es contar a otros esa historia que traes a la superficie, aunque ni siquiera uno mismo sepa por qué esa y no otra. Es muy habitual que el artista no entienda del todo su creación. Y es que el viaje interior es ya un resultado creativo, es casi un viaje de aventuras hacia el centro de uno mismo.
Sea como sea el viaje, os recomiendo que lo empecéis dando un primer paso hacia vuestro interior. Puede ser un camino oscuro, difícil, laborioso y extraño. Miraos. Observad. Tras ese autoviaje, veréis como pronto la senda se muestra clara. Como artistas, enriqueceos viajando, no solo a otros lugares, a otros países y a otras culturas, sino viajando también hacia el interior de uno mismo.
Rubén Hurtado, director creativo de La gran belleza.