HISTORIA, FILOSOFÍA y NOMBRE DE «LA GRAN BELLEZA»
Si busco el primer impulso, como si pudiésemos distinguir tan fácilmente el origen difuso de una idea, apuesto a que hubo algo de ese sentimiento que tienes en plena adolescencia con la amistad a flor de piel cuando piensas que tener un bar con tus amigos es el negocio de tu vida. —¿Y si servimos historias? —nos propusimos un buen día.
En Latinoamérica proliferan las revistas literarias y en alguna ocasión habíamos participado y comprado esos objetos tan bellos por sí mismos. ¿Por qué no intentarlo en otros lados del mundo? Indagamos y comparamos entre grandes referentes y de repente nos dimos cuenta de algo en lo que estábamos muy de acuerdo. Habíamos encontrado un hueco en el que poder distinguirnos de las magníficas revistas que hay «en los escaparates”. Queríamos hacer algo literariamente puro. Es decir, no daríamos cabida a los artículos de opinión, ni a la política, ni a la interpretación (ya inventaríamos para eso una fiesta, una web…). La única regla de juego sería buscar las mejores historias que encontráramos sobre un tema inicialmente propuesto. Y a escribir. Y, sobre todo, a leer.
SENCILLEZ
Esa idea de “pureza”, de sencillez, de encontrarnos solos con el cuento nos llevó a las ilustraciones. Porque me gusta pensar que un relato con ilustraciones es un cuento. Cuento y relato son sinónimos pero tendemos a usar el primer término para referirnos a las historias que leen los niños y el segundo para las de los adultos. Y, entre medias, se suelen quedar los dibujos atrás. Si pienso en esos cuentos que me marcaron cuando era niña veo la nube de Fanfamús, el “sombrero” de El principito o el vestido de monje de Fray Perico y su borrico. Y eso también lo queríamos.
Hallar los diez mejores relatos que pudiésemos con las diez ilustraciones más bonitas que encontráramos en cada número. ¿Y eso cómo se hace? Una vez pregunté a un enólogo en una cata de vino cómo saber cuándo un vino era “bueno”. —Cuando te guste a ti —me contestó. ¿Cómo buscar la belleza de algo? Entramos entonces en un universo en el que tratamos durante semanas de definir (tarea en la que medió Consuelo Puchades con preguntas, pósits y un maravilloso informe que nos regaló más tarde) algo tan abstracto como qué era la belleza para los dos. Y ahí nos dio la poesía en la cara. Había que cerrar el proyecto con un poema, un lugar sensible en el que la razón tuviese poco que decir.
Hay una cosa que admiramos mucho de los japoneses y son algunas palabras que el resto del mundo no hemos logrado traducir. Una de ellas es わびさび o «wabi-sabi”. Según el libro que me regaló mi socio Rubén, Wabi-sabi para artistas, Diseñadores, Poetas y Filósofos sería algo sí como “el estado de gracia al que llega una inteligencia sobria, modesta y sinceramente sensible”. Es el buscar la belleza dentro de las imperfecciones de la vida y de la decadencia de cada ser u objeto. Del papel, por ejemplo. De cada número único que podrás llevarte a casa.
SERENDIPIA
Quedaba por decidir qué lazo ponerle y eso fue algo que también pensamos bastante. Para decidir el nombre, diría que pasamos por muchas fases. “Serendipia” como “hallazgo valioso encontrado de manera accidental” estuvo como primero de la lista algunos meses. Pero hay algo en La grande bellezza (la película de Paolo Sorrentino a la que estamos eternamente agradecidos) que creemos muestra a la perfección esa locura por tratar de crear o buscar algo único. Es una obsesión, una filosofía, un romance con el adjetivo adecuado en el momento oportuno. Es difícil de explicar, como la poesía o el término わびさび, pero de eso irá precisamente esta revista literaria.
CARMEN ESTIRADO, directora editorial de La gran belleza.
