EL JUEGO CREATIVO

Como creativa tengo un hándicap. La vida me ha puesto un séquito de voces tristes.

Hablo de las que habitan en mi cabeza.

Para algunos crear es tan sencillo como saber remangarse. En mi caso, debo primero acallar los zumbidos del mosquerío.

Ir a la cocina puede ser buen comienzo. Entre picoteos y golosinas quedan atrapadas unas cuantas. Poner música es mi segunda estrategia. Los acordes atontan y las fieras se olvidan de mi rastro. A medida que quedan menos, las voces se tornan más claras. No está en su naturaleza fomentar el discurso halagüeño. Me veo obligada a iniciar el tercer ritual disuasorio.

Desde fuera, cualquiera diría que es un concienzudo ordenamiento del taller. Algo necesario para la correcta ejecución del trabajo:

Afilo lápices, archivo hojas, quito el polvo, estudio anatomía, compro detergente, ordeno mi armario, coloco los calcetines cromáticamente, etc.

Hago creer a los jueces internos que soy presa de su neurosis, que cumplo con sus recados.

Sin embargo, estoy en plena táctica para conseguir engañarlos.

Cuando pasan varias horas y llega la noche, se hace evidente que he perdido mi tiempo. ¿Lo he gastado en nimiedades lejanas a mi objetivo inicial?

El cinismo del tribunal no tiene problema en echarme la culpa de mi procrastinación:

“Parece que hoy tampoco formarás parte de la historia del arte, ni siquiera has tocado una plumilla”.

De esta forma tan melodramática, las voces de mi cabeza cantan victoria, creyéndome derrotada. No se dan cuenta de que su propia ceniza las está sepultando y se quedan dormidas a hombros de una “artista frustrada”.  Ya no represento para ellas ninguna amenaza.

 

Es entonces, cuando parece que todo está perdido, que ocurre el milagro.

La creatividad no es escrupulosa con los escombros de los proyectos artísticos. Si siente que la pista de baile está vacía, aparece para celebrar que los jurados se han ido. Ni siquiera pierde el tiempo en reírse de las estupideces de Frau Rottenmeier. Prefiere emplearse en manifestar su felicidad. De esta manera se mea en cada uno de los inmaculados papeles blancos.

Derrama la tinta, se baña en los disolventes, se fotografía desnuda y canta desafinando.

Después se sube en mis manos y las pone a galopar. Mientras descubrimos los misterios que ofrece el azar, su cara es la de una niña que no hizo las tareas… A menudo, se ríe.

Es curioso sentir cómo la creatividad habita el mismo cuerpo que sus enemigos.

Atrapada yo entre los dos polos, no encuentro mejor forma de conciliarme que dormir poco.

Por el día cumplo con las voces. Por la noche descubro el placer de la desobediencia. Me divierto cuando debería estar descansando y en la dispersión me encuentro a mí misma.

Ojalá algún día pueda salir del armario de los cumplidores, porque además de crear, también disfruto de dormir a mis horas.

Mientras tanto seguiré esquivando con subterfugios las ideas que me martirizan. Demostrado a la cabeza que paradójicamente, perder el tiempo es la mejor manera de ser productivo.

Quizá alguna vez esté de acuerdo conmigo en dejar de invertir los días para ser una mujer de provecho y regalárselos a mi creatividad, para que ella se los juegue.

 

Sofía del Mar, artista multidisciplinar.