
TRES VOCES ÚNICAS SE INSPIRAN EN EL TEMA «LOS VECINOS»
Hoy nos tomamos un café online con los tres escritores invitados del número 10: Isabel González, Fernando Clemot y Marcelo Luján. Y los tres se han sentado a hablar sin tapujos y a emborracharnos de ganas de leer y crear. Es su profesión, su sueño y lo defienden con uñas y dientes.
PREGUNTA: ¿Qué representa para ti la literatura? ¿Y en estos tiempos que corren?
FERNANDO: La literatura siempre la he entendido como un ideal de aventura y belleza. Algo que nos saca de nuestras vidas, las proyecta y, en muchos casos, las amplía. También sería todo lo que se aleja de la palabra “mercado”. Prefiero mantener una imagen algo naïf de lo que representa. La otra parte me interesa más bien poco. Sé lo que corre alrededor de ella pero trato de permanecer siempre ajeno a los márgenes que no me interesan ni me aportan nada.
En estos tiempos —infectados de imagen— sólo he hecho que ratificarme en esa idea de búsqueda de la pureza en mis lecturas y en lo que trato hacer.
MARCELO: Hay algo maravilloso en el alma de la ficción, algo que nos sucede a los lectores cuando leemos y que no se diferencia tanto de lo que ocurre en la mente de un autor en el proceso mismo de creación. Todo eso es la literatura, todo lo que ya se contó y todo lo que está aún por ser contado. Cuando me preguntan en qué estoy trabajando, casi nunca soy exacto porque la verdad es que la edificación literaria, a mi juicio, no es solo sentarse a escribir: es pensar de qué quiero hablar y cómo voy a transmitir esa historia del mejor modo posible. Deberíamos buscar en esa simbiosis qué es para mí la literatura. Y también es una vía de escape y una lucecita en medio de la noche. Y ahora que nos azota la intemperie, ahora que el miedo y la incertidumbre parece dominarnos, ahora es exactamente lo mismo que antes.
ISABEL: Movimiento. Movimiento.
PREGUNTA: ¿Qué tiene que tener un cuento para ser “bueno” para ti?
ISABEL: En un cuento me tengo que subir. Tiene que ser un medio transporte. Poseer una especie de carácter mágico, de capacidad de mover el alma, y para ello no hace falta un lenguaje esotérico ni enrevesado, aunque si es así, bienvenido sea también. Todo vale. El humor, el amor, el terror, las adelfas, los tornillos, lo conciso, lo profuso, lo abstracto, la huella de una taza en la mesa, la batalla de Belchite, mi prima María Jesús. Cualquier asunto con la única condición de ir montada en el cuento o haber sido arrollada por él (esto ya es lo más). Debo leerlo embebida y al acabar, levantar la vista del papel y darme cuenta de que estoy en otra parte. Más rica. Ha aumentado el paisaje del mundo.
FERNANDO: Ritmo y originalidad. Es un ámbito totalmente distinto a los otros géneros. El lector del cuento es inflexible y si no recibe ese tipo de estímulos continuos (de trama, de lenguaje) desecha la lectura. También es un género que permite la experimentación en muchos casos mucho más allá de lo que se puede hacer en la novela. Ritmo, calidad, una voz reconocible, sorpresa… Todo eso espero.
MARCELO: Tensión. Y para que un cuento tenga y sostenga el concepto cortazariano de tensión, debe estar bien planificado y no debe caer en ninguno de los baches generados por errores técnicos. Después tiene que haber más cosas, personajes sólidos y una composición de la atmósfera que abrigue la solidez de esos personajes. Un buen inicio y un buen cierre y, de ser posible, un buen desenlace. El cuento es una sistema de secuencia milimétrica, muy complejo y muy hermoso y, por tanto, único para la narrativa. Me gusta repetir que un buen cuento es como el amor de tu vida: algo que sucede en una vida pequeña y sesgada que nunca es la vida entera pero que no nos importa porque permanecerá para siempre a salvo del olvido.
PREGUNTA: ¿De dónde surge la semilla del cuento que acaba de ser publicado para el número 10 de La gran belleza basado en el tema “vecinos”?
MARCELO: El cuento titulado Los nuevos es absoluta ficción. Sin embargo, lo que le sucede a Marita en su Luna de Miel podríamos parte de una situación inquietante que me contó un buen amigo argentino, hace ya unos cuantos años. La ciudad era otra pero a su chica la mordió un tipo tal y como ocurre en el cuento. Por suerte para mi amigo y para su pareja de entonces, aquella agresión no desencadenó nada de lo que se desarrolla en Los nuevos.
ISABEL: De una serie de acontecimientos ensamblados. Vi por la ventana a Marta —la señora que limpia la escalera del edificio—, bajé a hablar con ella, me turbó lo que dijo, volví a subir, lo escribí y casi acto seguido, recibí vuestra solicitud de un cuento sobre vecinos. Os lo mandé, lo publicasteis en el número 10 de La Gran Belleza y aquí estamos. En definitiva, proviene de dejarse llevar, de abandonarse a los hechos y al asombro más que de tomar una decisión. Hago esculturas con objetos encontrados y creo que ha sucedido algo similar a cuando me encuentro un cepillo viejo de limpiar los zapatos y se empeña en convertirse en selva.
FERNANDO: Traté que la voz de la narración fuera una voz arcaica: algo parecida a la que tenían mis padres o mis abuelos. También una voz rural, con todos sus matices. El río es el Júcar, a su paso por el sur de Cuenca. Siempre me pareció que las personas de estas zonas rurales, lejos del mar, tenían un temor al agua, algo parecido a la hidrofobia. En el pueblo de mis padres las leyendas sobre el río y su poder destructivo y mortífero eran continuas. Eso se ve ahí. También la voz del “amo”, de la represión que tenemos casi todos a menos de dos generaciones en nuestras venas. Traté que se viera eso: otro lugar, otro tiempo.
Marcelo Luján nació en 1973 en el barrio de Mataderos de la Ciudad de Buenos Aires. A principios de 2001, por varias razones –todas voluntarias–, se radicó en Madrid, donde vive en la actualidad. Trabaja como coordinador de actividades culturales y talleres de creación literaria.Publicó los libros de cuentos Flores para Irene (Premio Santa Cruz de Tenerife 2003), En algún cielo (Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa 2006) y El desvío (Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián 2007). En 2020, su cuarta colección de cuentos, La claridad, obtuvo por unanimidad el VI Premio Internacional Ribera del Duero. También publicó libros de prosa poética: Arder en el invierno y Pequeños pies ingleses. Y las novelas La mala espera (Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra 2009 y Segunda Mención del Premio Clarín de Novela 2005), Moravia, y Subsuelo (Premio Dashiell Hammett, Premio Tenerife Noir, Premio Novelpol, todos en 2016). Parte de su obra fue seleccionada en campañas de fomento a la lectura y traducida al francés, italiano, checo y búlgaro.
Fernando Clemot (Barcelona, 1970) ha publicado los libros de cuentos La lengua de los ahogados, (Menoscuarto, 2016), Safaris inolvidables (Menoscuarto, 2012) y Estancos del Chiado (2009), con el que obtuvo el premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España y fue finalista del Premio Nacional de Narrativa. Ha publicado las novelas El libro de las maravillas (2011), El golfo de los Poetas (2009) y Polaris (2015), la última traducida al francés por Actes Sud. Ha publicado también un ensayo de narrativa creativa: Cómo armar y desarmar un relato, en 2014. Su obra ha sido incluida en numerosas antologías de cuentos. En la actualidad compagina su actividad como profesor en talleres de narrativa creativa en la Escuela de Escritores de Madrid, la Universidad Autónoma de Barcelona y en la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès con su cargo como director de la revista literaria Quimera.
Isabel González creció en una gasolinera y se ha comparado su estilo literario con el heterodoxo lanzamiento de jabalina de Miguel de la Cuadra Salcedo. Ha publicado la novela Mil mamíferos ciegos (Dos Bigotes) y el libro de relatos Casi tan salvaje (Páginas de Espuma). Exploró las vías de la escritura colectiva con La Aldea de F., obra de fragmentaria de microrrelatos a ocho manos, y Pelos. Su vocación experimental la llevó a escribir dos libros ilustrados a medio camino entre lo infantil y lo adulto, El caballo del malo y El mismo. Su obra plástica titulada Varginal, consistente en ensamblajes poéticos a base de objetos encontrados, se expuso en el ‘Centro Paco Rabal’ de Madrid. Le pagan por hacer gráficos y a veces es profesora.